jueves, 16 de abril de 2009

Destino… Sombrerete


Íbamos mi gran amigo Pablo y yo por “Lavapies” cuando nos encontramos con un hombre que estaba tirado en un banco. La impresión que nos dio, debido a que le acompañaba una gigantesca pota como única compañera de charla, estaba descamisado, tenía la bragueta abierta, parte de la pota se la había echado en los pantalones y gesticulaba con los brazos como advirtiendo a los transeúntes que el fin del mundo se acercaba; fue que llevaba una castaña de padre y muy señor mío. Somos así de perspicaces.

Le preguntamos que tal se encontraba, a lo que él respondió que borracho. Nuestras sospechas se habían confirmado.
-¿Quiere que le echemos una mano para llegar a casa? Le dijo Pablo.
-Muchas gracias chavales, sois muy majetes.
-¿Dónde vive usted? Preguntamos.
-Vivo en la calle Sombrerete. Respondió.
Como apunte diré que la palabra “Sombrerete” pronunciada por un hombre de cerca de sesenta años totalmente beodo, que no mira para ningún lado en concreto sino a todos a la vez; y que no es capaz de mantener el equilibrio, pareciendo, si no lo sujetas, que baila alguna especie de baile regional absurdo. Pues oye, que quieres que te diga, tenía su gracejo.
Mientras Pableras sostenía a nuestro amigo y yo me iba a preguntar por la calle en cuestión a una pareja de policías polis, se me planteaba la duda si este hombre estaba borracho como una mona o había consumido alguna droga alucinógena. No me podía creer semejante pedal. Casi no podía hablar, eso sí, cada palabra que decía te morías de la risa. No se tenía en pie ni tres segundos, en cuanto lo soltabas se ponía a hacer “eses” a lo loco y se te despeñaba por menos de un pitillo como no andaras listo.
Por fin di con la calle Sombrerete. Volví corriendo donde había dejado a la parejita. Cogimos cada uno al señor Pedro, pues así se nos presentó, cada uno por un brazo y emprendimos lo que sería un largo y fructífero camino de aproximadamente unos doscientos cincuenta metros. Destino…Sombrerete.
Nada más emprender la marcha el señor Pedro comenzó a decir algo así como:
-Errrssstoooooy ciiiiiiiiegoo.
Nosotros pensamos que hacía referencia a la descomunal cogorza que muy elegantemente gastaba. Pero insistía, lo que nos hizo preguntar.
-¿Qué dice usted señor Pedro? No le entendemos bien. Dijimos casi a la vez.
-Queee sooy ciiiegooo. Respondió.
-¡¡¡¡HÓSTIAS!!!! ¿¿¿Qué es usted ciego????Nos quedamos a cuadros.
Mientras Pablo y yo nos miramos sin creérnoslo del todo con una media sonrisilla, el señor Pedro sacaba de su cartera de cuero marrón, repleta de viejos tickets de la compra, su carné de la O.N.C.E.
-¡¡Mirad, mirad!!¡¡Qué no os engaño!! Y era cierto, no nos engañaba.
Ahora todo encajaba, mis sospechas tenían fundamento, no era LSD, no era Heroína, era ceguera.

Reemprendimos el viaje, más convencidos que nunca de que teníamos que llegar a la calle Sombrerete como fuese. El señor Pedro debió de percibir nuestra entrega y convencimiento pues comenzó a agradecernos muy efusivamente el hecho de que estuviéramos ayudándole.
-¡Sois unos chicos muy majos, para que luego digan que la juventud no hace nada. La juventud es lo mejor que hay!
-Muchas gracias señor Pedro. Dijimos. Pero no se preocupe que lo hacemos con gusto.
Lejos de parar con sus elogios subió el nivel.
-¡Qué Dios os bendiga!¡Esto Dios lo tendrá en cuenta! Antes o después os recompensará porque Él lo ve todo. Ahora mismo os está viendo y esto tendrá su recompensa, no lo dudéis!
Así estuvo los siguientes ciento cincuenta metros. Hablando de Dios y de nuestra buena acción muy apasionadamente.
Hasta que al entrar en la calle Sombrerete Pablo, no pudiendo aguantar más tanto halago beato, paró la marcha y dijo:

-Señor Pedro, no se lo tome usted a mal, pero yo no creo en Dios.
Sumándome a la muestra de sinceridad de mi amigo, no pude más que decir también lo que pensaba:
-Señor Pedro, yo tampoco creo en Dios.
Lo que a continuación ocurrió son ese tipo de cosas que se te quedan grabadas para toda la vida:

-Joder chavales pues menos mal porque…¡¡¡¡YO TAMPOCO CREO EN DIOS!!!!

Mira, en mi vida me he reído como en aquella ocasión. Los tres nos reíamos a pleno pulmón. Era una situación muy especial. Las lágrimas que procedían de la risa se me mezclaban con las de la emoción de ver a un hombre como el señor Pedro: castellano, borracho, ciego y más solo que la una. Hablando y riendo ante dos desconocidos con una sinceridad con la que, en otra época, seguramente no habría podido mostrarse.

Al fin llegamos a su portal y el señor Pedro nos insistió en que ya podía subir solo a su casa. Justo en ese momento llegaban dos vecinos suyos y nos dijeron que ya se encargaban de él, lo que nos dejó más tranquilos.
-Esto le ocurre todos los fines de semana y siempre consigue volver.

Todo un aventurero el señor Pedro. Espero que todo le vaya bien.



P.D: Estás son las situaciones que la vida te regala si tienes la suerte de estar rodeado de personas como mi gran amigo Pablo, una persona muy especial que dice lo que piensa.


Dedicado a Pablo. Se te quiere tío!!!!!!!

5 comentarios:

  1. Curioso caso mi querido amigo Gael. Estoy mas agusto leyendote que tirado en una cuneta de una carretera sin circulación tras haber sido atropellado por un camión, semienterrado entre unas hortigas y gritando pidiendo ayuda, sabiendo que no pasará por allí absolutamente nadie en semanas. Te lo puedo asegurar.
    Un abrazo.

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  2. Siempre supiste como hacerme sentir especial. Un abrazo Tacheras!!

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  3. Me ha gustado el articulo, pasate por mi blog
    Un abrazo
    Luys

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